Criaturas Abisales (Texto de sala)

Ingreso

Con el interés de capturar el estado de lo público en las sociedades actuales, Damián Linossi construye espacios modélicos en los que se subrayan los símbolos que organizan los lugares de la ciudad destinados a ser habitados en común. De este modo, sus trabajos señalan las transformaciones expansivas, sutiles pero drásticas, a las que nos someten las alteraciones cada vez más veloces del capitalismo contemporáneo. Para revelar estos cambios, propone trayectorias en las que los impulsos perceptivos y corporales emergen de un determinado ordenamiento del espacio y sus cosas, de la arquitectura y su iluminación. Sus espacios interiores siempre están en un conflicto entre proteger y abandonar. En ellos, los espacios exponen la extrañeza que adoptan la habitabilidad y el confort cuando la inmaterialidad de la luz y el sonido transforman el abrigo en desamparo. Estos trabajos manifiestan la necesidad utópica de sostener el ágora, que nos saque del estrecho pasillo en el que nos encierran las sensaciones de venir de un pasado sin respuestas y avanzar hacia un futuro incierto. Este nuevo proyecto complejiza aún más las oposiciones entre la casa y la calle, el resguardo y el peligro, lo público y lo expropiado, ya que se desarrolla en dos espacios distintos que podrían ser, a la vez, el mismo.

Casa

En las profundidades, en las oscuras fosas de los océanos donde casi no hay nada que se parezca a la vida de la superficie, hay algo que ha sobrevivido a la penumbra, la escasez de nutrientes, las condiciones climáticas más extremas de este mundo. Como horizonte límite de la supervivencia, las criaturas abisales parecen estar más allá de lo que podemos imaginar. Estos seres desarrollan las más diversas formas físicas, muchas veces monstruosas; desde una figuración cercana a lo pétreo, lo frío, o lo casi geométrico, hasta formas de una pureza semejante a la inocencia. A veces son seres que proliferan cuando las situaciones de crisis se aceleran. Como si ante las condiciones de vida más extremas que se propagan, la respuesta inducida fuera el resguardo precario, la informalidad habitacional, el amparo provisorio. ¿Basta ese resguardo mínimo para superar la catástrofe?, ¿superar significa realmente sobreponerse?, ¿es la Libertad el eufemismo actual de la sobreadaptación a los efectos de las crisis?

Estas criaturas desarrollan capacidades específicas para sobreponerse a la hostilidad de la catástrofe. Aberturas de gran tamaño, extremidades desplegadas, cavidades internas extensibles y flexibles y, en algunos casos, mutaciones. Producir luminiscencia es la más particular de sus capacidades. Generan una luz propia, que no sólo sirve para sobrellevar la oscuridad extrema y la opacidad del ambiente, o llamar la atención de algo que pronto podría convertirse en su presa, sino también para manifestar la presencia de una vida precaria que esconde un vacío luminoso en su interior. En estos seres, el estado de fragilidad se corresponde, sin embargo, con superficies lisas, prístinas y tersas, con terminaciones curvas y pulidas. Como si lo monstruoso de la catástrofe se pareciera más a una figura uniforme y suave que a lo aberrante e informe. Acaso, esta tersura de las superficies nos conduzca a un error de concepción sobre su naturaleza abominable. Tal vez, incluso, este equívoco sea la causa de una sobreadaptación al espanto, una forma de amnesia por drenaje lento y silencioso que nos lleva a la quietud, que impone olvidar la capacidad de movimiento, de transformación y de metamorfosis. ¿Es la superficie plomiza la evidencia de la crisis endémica?

La casa, que es nuestra seguridad y refugio de la intemperie hostil, está implosionando. En el estallido se abre el abismo hacia lo insondable o incomprensible, como la idea que alguna vez se tuvo de Dios, o del misterio de la existencia, o incluso del futuro impredecible. Lo abisal es, además, la profundidad imponente, dimensión que prefigura una honda grieta que se abre. En lo profundo brota un espacio luminoso color violeta metálico, o rojo plomizo, un color que está en el límite de la percepción humana. Podemos espiar ese espacio a través de las ventanas, o podemos ingresar en él y transitarlo. En su interior, vemos réplicas de algunos elementos arquitectónicos reconocibles, propios de un tiempo histórico impreciso del espacio público. Las plazas son los espacios de resistencia por excelencia. Se han creado como lugares de discusión, de encuentro en común. Incluso cuando hay quienes las conciban como un commodity, de la que la especulación aún no se pudo apropiar. En esta plaza, sin embargo, yacen restos de una ruina reconocible, que hace de lo monumental algo insignificante en medio de la tempestad.

Umbral

De aquella zona de conflicto y crisis, pasamos a un umbral. El área justa que representa un pasaje, una zona en tránsito. El elemento umbral permite pasar de un lugar a otro con solo una pequeña alteración. En este caso, además del cambio de escala, nos altera ver que, cuando creíamos estar adentro, estábamos, en realidad, más adentro. Salir no significa, verdadera ni necesariamente, salir. Tal vez haya cientos de cavernas sucesivas que nunca atravesaremos. Esa verdad primaria que creímos ver no es más que el paso a través del primero de los velos sombríos. Se requerirá de alguna clase de obstinación para intentar corromper las próximas capas del contenedor infinito, aparentemente prístino y confortable.

Dos elementos podrían señalarse como los umbrales: una lámpara en el afuera público de una plaza en ruinas y los vidrios ajados y rancios de las construcciones grises. Son las únicas superficies que escapan a lo terso y homogéneo. El umbral es, entonces, menos un estadío en la sucesión de crisis, que un sitio que ensaya una imperiosa pausa. Los vidrios desgastados y desvencijados, rasgos de irregularidad contra la norma formalista, se transforman en el único material en estado de resistencia. Su condición derruida implica que hay que estar intermitentemente a la intemperie para, real o finalmente, encontrarse. En un llamado doble, esas ventanas invitan tanto a asomarnos para ver el abismo rojo plomo de su interior como a prestar atención a las manchas de su superficie, que nos desvían de la linealidad perceptiva. En este movimiento aparentemente binario, el ejercicio político acuciante del presente al observar a las criaturas abisales es preguntarse por sus modos de vida, el lugar que habitan, si construyen comunidad, si se devoran unos a otros, si alguna vez intentaron elevarse hacia la superficie.

Clarisa Appendino