20 de octubre al 05 de diciembre, 2023
Galería Quimera, Güemes 4474. CABA
ARTISTA: Francisco Vazquez Murillo
Curaduría: Alejandra Aguado
Intemperie, junto a Quimera Galería presentan: EL RUIDO DE LAS MÁQUINAS, una exhibición individual de Francisco Vazquez Murillo curada por Alejandra Aguado. Francisco es artista de Intemperie desde el 2019 y esta exhibición pertenece a un ciclo del proyecto atravesado por la colaboración con otras galerías de la escena.
SOBRE LA EXHIBICIÓN
Francisco Vazquez Murillo (Rosario 1980) es artista visual y licenciado en filosofía. Su obra explora la relación entre el cuerpo y el territorio en torno a temas de historia ambiental, política y ecología, articulando la investigación poética y la producción paisajística, con la producción de flora autóctona de Argentina para promover formas de regeneración colectiva e interespecies.
El conjunto de obras de Francisco Vázquez Murillo reunidas en la exposición El ruido de las máquinas ya no tiene nada de ruidoso ni de maquinal. Por el contrario, su propio orden -que resulta del color tenue de las placas de madera de eucalipto, de las formas de siluetas onduladas y armónicas que se calaron sobre ellas, de su cualidad táctil, de la repetición de un formato cuya escala nos acompaña porque es humana- invade al ambiente de calidez, de liviandad y de un deseo de silencio. Las obras proponen un viaje de introspección al interior de las superficies y al de un proceso que, si bien estuvo guiado por ese ruido y por esas máquinas que menciona el título, por su estridencia y su vértigo, buscó en ellos un modo de viajar a la deriva y un poco a ciegas para ir al encuentro de formas y de símbolos que se descubren cuando habitamos la oscuridad del bosque, cuando vemos de lejos su cadencia o penetramos la madera, cuando nos dejamos llevar por la intuición -que nos es tan propia- de la escritura. Este viaje que el artista hace tan por sobre la superficie como a través de ella, busca descubrir eso que bulle, eso que hierve porque está vivo en la Tierra, aquello que se esconde en ese interior a veces tan domesticado y que sólo el hacer y el andar tiene capacidad de revelar.
Alejandra Aguado
Alejandra Aguado (Buenos Aires, 1976) es curadora y Jefa de Patrimonio del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.
EL RUIDO DE LAS MAQUINAS (Texto de sala)
Las imágenes de Francisco Vázquez Murillo nos seducen con
su familiaridad. Con esa intimidad que resulta del encuentro con
algo que sabemos que no es ajeno aunque no lo hayamos visto
antes. Que se afirma con los ojos y la piel y revela que hay algo
común; hay códigos que atraviesan el tiempo, la materia, el
espacio. Ellas parecen haber estado refugiadas en sus retinas.
Surgen de mirar, perdido, los techos de su casa de madera, de
ordenar semillas, de sostener en sus manos raíces, sumergirlas
en la tierra, estudiar las formas de las plantas y registrar cómo
las alteran los cambios en el ambiente. De observar los bichos
que recorren y crean surcos en el pasto y en la casa; de mirar la
estela que deja su forma de caminar; de sentir vértigo, calor y
frío.
Las imágenes de Francisco son un eco de su obsesión por
estudiar alfabetos, de su tendencia a la escritura y a la
construcción —que son también una sola cosa—. Son el
resultado de alinear, apilar, apoyar y de encontrar, en esos
nuevos órdenes, sentidos. De olvidar la diferencia entre realidad
y ficción y zambullirse en la producción de esas imágenes como
si fueran canales para desandar la creencia de que hay formas
extrañas, porque lo extraño es sólo un espejismo hecho de
distancia.
En los pocos milímetros —¿el milímetro?— que recorrió la
herramienta con la que Francisco caló la superficie de sus
placas de madera —sus pinturas, esas cortezas—, él se apropió
de formas que parecen haber estado esperando ser
encontradas. Tienen la fuerza de aquello que se desprende del
accesorio o el artificio: no hay disfraz ni ilusión en sus
imágenes, sino desgaste y erosión. Ellas son luz sobre una
oscuridad en la que reviven formas preexistentes e infinitas. En
esas formas-organismos-cicatrices-huellas-signos subyacentes,
fértiles, late el principio de la vida misma. Su quietud es una
fantasía porque sabemos que vibran.
Las imágenes de Francisco Vázquez Murillo, si bien son
expresión de nuestra capacidad de crear signos y lenguaje,
son previas a Babel. La posibilidad de dar mil nombres a
una flor y llamarla mal de ojos, algarrobillo, piscala, cosme,
flor de indio, barbón, picha de perro, poinciana o espiga de
amor —datos sobre los que también afianza su labor— es
desandada para que todos hablemos la misma forma,
reconozcamos el mismo comportamiento. Sus imágenes
atraviesan el tiempo histórico y las distancias
geográfico-culturales. Son tal vez un llamado a prestar
atención a aquello que aún no ha sido categorizado, no
tiene nombre ni es palabra. Las imágenes en este estado
de pureza son solidarias.
Las imágenes de Francisco Vázquez Murillo surgen de
“mirar hacia arriba, mirar hacia abajo”, como dice el propio
artista. De mirar de lejos y de cerca, desde adentro y desde
afuera. La vista cenital del bosque cuya cadencia es similar
a la del fondo del mar, interrumpida por la visión del enredo
que existe en su interior —tal vez aquello que Francisco
llama el “ruido del pensamiento”—, proponen encontrar
profundidad y superficie. El viaje que el artista hace tan por
sobre la piel del bosque como a través de él busca
descubrir eso que bulle, eso que hierve porque está activo
en la Tierra.
Hipnóticas, las imágenes de Vázquez Murillo acomodan
algo en el ojo, tientan al tacto, nos permiten flotar. Entre el
rito y el ejercicio, representan la energía que existe en los
hornos y los caldos de vida cuando esta llega así como
cuando se escapa o se transforma.
Alejandra Aguado